El caso de una adolescente

MARTA. 13 AÑOS

Acude a la consulta acompañada de su madre. Les deriva un centro de mediación familiar ya que desde hace unos meses se ha negado a ver a su padre. Los padres se separaron cuando ella tenía 4 años. Las entrevistas de mediación no han dado el resultado que se esperaba. Han visto una actitud muy cerrada por parte de la chica y el padre ha dejado de asistir a las mismas, viéndosele muy limitado en sus recursos ante la situación.
La chica se queja de que el padre no le hace caso, la deja con los abuelos en los períodos de vacaciones alegando que tiene trabajo, o bien emprende un viaje. Los abuelos aceptan tenerla, según la chica, porque no les queda más remedio; la vida con ellos es aburrida, no salen ni hacen nada. Siente que cuando le comunica alguna cosa suya a su padre, éste no se interesa ni se alegra, tal como ocurre con las buenas notas del colegio; tan solo le dice que es su obligación. No le ve contento de lo que ella logra o hace.
El padre tiene una nueva pareja; se trata de una mujer asiática que conoció por Internet y con la que vive desde hace un tiempo. No le gusta ir a casa del padre porque la casa está sucia y su habitación es la de los “trastos viejos”. Se emociona al decir esto. Afirma muy decididamente que quiere romper las relaciones con él. Éste la amenaza con enviar a la guardia urbana —policía local— para que vaya, aunque sea por la fuerza, y se cumplan las medidas judiciales acordadas.
Esto hace que la chica se encolerice aún más y se refuerce su postura. La madre trata de ayudarla a que se calme, haciéndola pensar en la situación, tratando de no influir ni en un sentido, ni en otro pero sufriendo por si se llega a una situación de fuerza. La describe como a una buena hija, aplicada y estudiosa, siendo muy buena la relación que tiene con su marido y con la hija de ambos, que tiene 5 años.
La chica tiene un aspecto acorde con la edad pero presenta cierta obesidad que le da un aire poco diferenciado. Preguntando por las relaciones con las amigas, dice que no le gustan las que se pintan y quieren aparentar ser mayores. Ella pasa mucho tiempo chateando por Internet con amigos y amigas. Los chicos le dan vergüenza en directo pero parece muy lanzada si se comunica con ellos a través de Internet. Se siente muy bien quedándose en casa o saliendo con la madre, hermana y abuela. Niega tener ninguna preocupación por su sobrepeso.
Al confrontarla con la posibilidad de que viva los cambios de la edad sintiendo el deseo de crecer pero también la añoranza de las cosas de pequeña, no encontrando su lugar con las amigas, padre, etc., me dice que no le pasa nada de todo esto.
Al mismo tiempo, no quiere hablar del padre, pero no puede evitarlo y siente mucha emoción al hacerlo. Es como si deseara que el padre la buscase y la reclamase pero de una manera determinada, y, al no hacerlo, se sintiera muy enfadada y con la necesidad de apartarlo de su mente, aunque la tarea le resultase del todo infructuosa.
Cito al padre enviándole una nota por correo. Éste acude puntual a la consulta. Su aspecto es demacrado y de hombre débil. Se muestra muy afectado por la intransigencia de su hija, no sabiendo cómo abordar la situación. Siente haber agotado las posibilidades de hablar con la chica. Está tan desanimado que le pasa por la cabeza abandonar y olvidarse de que tiene una hija sintiendo que tan solo le queda el recurso de la fuerza, aunque no está decidido a utilizarla.
Ve a la chica como a una niña pequeña de la que tan sólo espera el beso, la buena respuesta, el respeto y todo lo que supone obediencia y buena educación. Le muestro que son necesarias otras maneras de acercarse a ella, más en consonancia con la edad y que es imprescindible que no se quede atrapado en las manifestaciones airadas y poco respetuosas, tan frecuentes en estas edades, tratando de pensar en lo que sería lo esencial de la relación entre ellos dos.
A la chica trato de ponerla en contacto con la necesidad que en realidad tiene de su padre, dándole la razón en la cuestión de que realmente se hace necesario introducir cambios en la relación con su padre, más en consonancia con el momento actual y que ella tiene muchas cosas que decir de cómo le gustaría compartir el tiempo con su padre. Poco a poco va aceptando estos aspectos y surgen iniciativas como la de ir a casa del padre, “sólo para hacer un trabajo”, consistente en entrevistar a una persona extranjera y ver las vicisitudes por las que ha tenido que pasar para adaptarse a un país muy diferente al de su origen.
El padre, poco tiempo después, le compra el último modelo de ordenador y lo instala en la habitación de la chica para que pueda ir a su casa a hacer los trabajos de la escuela siempre que quiera.
En este caso puede verse que la mediación era del todo necesaria y que aparte de ayudar a la chica a reconvertir sus demandas, más adaptadas a la edad, era necesario ayudar al padre para que lo fuera de una adolescente que reclama su atención, pero que pide ser tenida en cuenta a la hora de dialogar sobre el tiempo de ellos dos así como el tipo de intercambio, tal como suele ocurrir en estas edades.
Mientras Marta fue pequeña, el padre delegó en sus padres el cuidado de la niña; él permanecía ocupado en sí mismo, en su trabajo, viajes y búsqueda de pareja. Quizás nunca se había ocupado muy directamente de ella. Cuando Marta tuvo cierta autonomía se rebeló ante la situación, desencadenándose mucha tensión cuando el padre inició la convivencia con una nueva pareja sin que la chica hubiera podido tener un conocimiento previo de la misma.
Esto la hizo sentirse desplazada y arrinconada no encontrando su lugar en la relación con su padre. Se debatía entre la necesidad frente a su padre y una profunda queja por la poca competencia de éste.
La rebeldía de la chica dio lugar a una nueva posibilidad de acercamiento entre ellos dos que permitía paliar las dificultades y carencias que habían existido anteriormente.

Eduardo Montoro

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