El caso de un niño

SERGI. 8 AÑOS

Viene la madre sola. Le preocupa que el niño se cierra, tiene explosiones de genio y es muy tímido. No tolera no entender una cosa, equivocarse, se desespera. Las maestras del colegio intentan tranquilizarlo, pero es inútil. Con ella también le ocurre; cuando intenta ayudarle a hacer los deberes, el niño chilla, llora o se cierra en banda ante la menor frustración. La hermana, que tiene 9 años y medio, también es cerrada y tímida pero no agresiva. Los dos van mal en el colegio.
Al preguntarle por los datos de la anamnesis y comentarle que veo que el padre no ha podido venir, la madre me dice que es porque trabaja. Ella también, pero se ha organizado para poder asistir a la consulta. Añade que para el padre ésta no es necesaria ya que tan sólo es cuestión de “mano dura”. Ella ve al niño cada vez más bloqueado. Se le castiga y parece no inmutarse, no mostrando ningún tipo de afectación, como si quisiera castigarlos a ellos con esta indiferencia. Me intereso por la relación entre los hermanos y comento que se llevan poco tiempo. Al decirle esto se emociona. Dice que se pelean mucho y se pegan, entonces el padre, para que aprendan que esto no hay que hacerlo, les pega. La madre, sollozando, me dice que ella intenta pararlo pero no puede. Se crea mucha tensión, ella ya no puede más, estando en peligro la estabilidad de ellos dos como pareja. No existen otros datos significativos de alteraciones en la historia evolutiva del niño.
Fácilmente podemos pensar que la no-comprensión del sufrimiento emocional de los hijos y la forma como quieren extinguir las malas conductas, aumenta el bloqueo e inhibición de características fóbicas e incluso persecutorias, que presentan, afectando en las relaciones y también en el uso de sus capacidades. Destaca la forma como el padre trata la rivalidad de los hijos, como quiere que aprendan a no pelearse y pegarse, pegándoles él. No se cuestiona el método y rechaza venir a hablar del mismo, negando su fracaso.
Emplazo a la madre para que anime al padre a acudir a la consulta aunque él sienta que no es necesaria y no tenga ninguna duda sobre sus métodos que, evidentemente, no están dando resultado ya que el niño está empeorando. Después de una serie de visitas exploratorias que tuve con el niño y de seguimiento con la madre, en las que parecía que se desdecía de lo que me había dicho del padre, logramos que éste acuda.
Se trata de un señor delgado y nervioso que elude hablar de sus “métodos” y dice que él lo tiene todo controlado y que todo lo que yo voy diciendo sobre cómo tratar los aspectos fóbicos de la personalidad del niño, ya lo están haciendo. Su tono es duro y exaspera un poco.
Su actitud resulta bastante rígida, por lo que les comento que deben estar muy preocupados y se deben sentir muy impotentes ante la situación que se crea cuando le quieren ayudar en las tareas escolares o ante la rivalidad que presentan los hermanos y que se ve favorecida por la poca diferencia de edad que existe entre ellos. Durante varias visitas el padre mantiene su posición hasta el punto de que les digo que realmente ellos sienten que no les estoy ayudando, la situación es inamovible, ellos ya hacen todo y no hay nada más que se pueda hacer; el chico les exaspera y sienten que por más que hagan, no cambiará. Entonces el padre explica que el niño le recuerda a un hermano suyo que de pequeño era como Sergi y que ahora es una persona muy problemática dentro y fuera de la familia.
A través de este comentario, el padre muestra el malestar y el profundo temor que le produce la actitud del niño ya que le hace revivir el rechazo que ha sentido siempre hacia este hermano. Asimismo siente que lo que está ocurriendo ahora es el preludio de la problemática que padecerá su hijo, de forma irremediable, en el futuro.
Poco a poco, con la ayuda de la escuela y de las entrevistas de seguimiento alternadas con el niño y con los padres –que al poco consultan por la hermana–, el niño se va desbloqueando, relajando, inicia actividades como el baloncesto y va haciendo pequeñas, pero progresivas mejoras escolares, a pesar de sus justas capacidades. Se le ve más distendido y expresivo. Interviene el hecho de que en lugar de que sea la madre la que le ayuda en los deberes, el niño acude a un centro de técnicas de estudio, con lo que la tensión que se producía entre ambos, disminuye considerablemente.
Es probable, que a medida que los padres han podido aproximarse al sufrimiento emocional del hijo, y de forma más concreta el padre –reconociendo interiormente los temores que le despierta la sintomatología del niño-, el desbordamiento y los métodos represivos, hayan ido cediendo. A pesar de que sentía que no le aportaba nada con mis intervenciones, alguna cosa cambiaba dentro de él, quizás sin darse cuenta.

CUANDO LOS PADRES ESTAN SEPARADOS

Eduardo Montoro

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